La erosión es un proceso en que se va perdiendo la capa superficial del suelo, que proporciona a las plantas la mayoría de los nutrientes y el agua que necesitan.
Cuando esta capa fértil se desplaza, la productividad de la tierra disminuye y los agricultores pierden un recurso vital para el cultivo de alimentos. A diferencia del viento o la luz del sol, el suelo es un recurso finito y no renovable que se está degradando rápidamente.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en la región de América Latina y el Caribe se han publicado cálculos muy diferentes sobre el total de las tierras erosionadas. Las cifras conservadoras lo sitúan en un 15 % en América del Sur y un 26 % en América Central. A nivel mundial, se calcula que 1500 millones de personas, muchas de ellas en países en desarrollo, se ven afectadas por diferentes tipos de degradación de la tierra.
Por otro lado, el suelo tiene un aliado inopinado: la ciencia nuclear. Gracias a ella, los expertos pueden analizar las causas y los mecanismos de la erosión, localizar los focos de ese fenómeno y evaluar el efecto catalizador de diversas prácticas de gestión de tierras. Con esos datos, se pueden formular estrategias para proteger el suelo frente a las consecuencias del cambio climático y otros factores a largo plazo.