Economía
Energías Amigas: los Bio Combustibles
Por Hugo José Monasterio. Director de Estudios del Grupo “Nutriente Sur”
Afortunadamente son cada vez más los funcionarios, técnicos y empresarios argentinos que van percibiendo las fuertes ventajas comparativas que en distintos renglones productivos posee nuestro país; ventajas tales que rápidamente Argentina se ha posicionado como uno de los principales actores en actividades muy exigentes, como la elaboración de combustibles a partir de especies vegetales.
I
Al respecto, mucha agua ha corrido bajo el puente desde las primeras experiencias, transitadas en los años setenta y ochenta, cuando a partir de la caña de azúcar se produjo alconafta (auténtica precursora en la materia); y es verdaderamente sustancial lo que desde entonces se ha logrado progresar en esta dirección.
Resulta positivo, en ese sentido, que durante el último Foro Global de Bio Energía (agosto de 2011 en Vancouver, Canadá) se haya remarcado que los progresos en el tema “bio” dependen de una suma de factores, que necesariamente deben confluir: políticas públicas de apoyo y estímulo, las matrices energéticas regionales y, naturalmente, nuevas tecnologías y mayores inversiones (acompañadas estas últimas por normas consistentes, que fijen regulaciones claras en materia de impacto ambiental, así como rigurosos estándares de calidad y seguridad industrial).
Ya no quedan dudas: el mundo avanza hacia volúmenes y rendimientos crecientes en materia de biocombustibles; lo cual, por supuesto, provoca un fuerte impacto sobre las producciones primarias (es decir, aquellas que hoy son genéricamente conocidas como “commodities”). Y en este contexto un dato muy positivo radica en que nuestro país se ha afianzado notablemente en la elaboración de subproductos derivados de esos “commodities”. De hecho, Argentina es ya el tercer abastecedor mundial de soja, y uno de los mayores productores de bienes derivados de la misma (superando, incluso, en varios rubros a Estados Unidos, Brasil e India).
II
Existe, por otra parte, la posibilidad cierta de que decenas de regiones dispersas por el mundo ingresen en la cadena de esta nueva matriz energética, induciendo a confiar en que -a cierto plazo- se dejará de depender de las excluyentes decisiones que hoy toman, por sí solos, los 11 países más ricos en petróleo. Es que ya está más que comprobado que al multiplicarse la producción de biocombustibles, se van generando procesos de enorme valor agregado en los lugares involucrados.
En ese sentido, un excelente ejemplo de este efecto “cascada” es brindado por la elaboración de etanol a partir del maíz, ya que ha propiciado la aparición de clusters de carnes, leche vacuna y derivados lácteos en las adyacencias de sus plantaciones (esto se verifica de manera inequívoca en la provincia de Santa Fe y, particularmente, en las zonas cercanas al cordón portuario del Gran Rosario). Y está claro que todo ello se traduce en una mayor demanda de mano de obra y, particularmente, en la posibilidad de acceder a mejores salarios.
Otro ejemplo muy significativo es la generación de biodiesel en base al aceite de soja. Además de ser el mayor exportador mundial de este combustible, Argentina es el país que más eficiencia ha alcanzado en su producción. Y esto no lo dice el gobierno nacional ni las entidades empresarias vinculadas al campo, sino que fue certificado por tres especialistas, Greg Waranica y Chris Mitchell (ambos de Estados Unidos) y Lincoln Neves (de Brasil), en su reporte conjunto a la Organización Mundial del Comercio (octubre de 2011).
Estos dos casos (el etanol y el biodiesel derivados del maíz y el aceite de soja, respectivamente) demuestran que para Argentina existe ya un nuevo paradigma productivo, sustentado en la ecuación “alimentos + combustibles”.
Por supuesto, queda en nosotros el saber explotar al máximo y con la imprescindible racionalidad estas chances que nos da la gradual reconversión del contexto económico mundial.
III
Pero, ¿tenemos una acabada conciencia de tales oportunidades? Llamativamente, un informe que en agosto de 2011 elevó a Presidencia de la Nación el entonces Ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, Julián Domínguez, se centró básicamente en la producción de materia prima, y poco fue lo que dijo sobre los biocombustibles.
Efectivamente, hizo especial hincapié en que “… desde el punto de vista económico, estos rubros son fundamentales, porque en los últimos años se observa una permanente valorización de nuestras principales producciones agrarias y exportaciones agroindustriales…” (se refiere a grasas, aceites y lácteos) “…Para el año en curso, se puede estimar un ingreso de U$S 2.400 millones por ventas de soja al exterior…
Por otra parte, está creciendo la oferta de otros cultivos, como el maíz, con un pronóstico de incremento superior al 20%… También el aceite de girasol, del que somos el principal exportador mundial, va en camino a un nuevo precio record…y todos estos beneficios se trasladan al resto de la cadena productiva.”
Quiero entender que ese direccionado entusiasmo que mostró el ex Ministro (hoy Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación) tiene una explicación muy simple: de las divisas ingresadas por la exportación de estos rubros, el 30% va directamente a las arcas fiscales. Es decir, en sus consideraciones dio trato preferente a las cuentas públicas -que, como todos sabemos, son motivo de permanente ocupación (y preocupación) para la actual gestión gubernamental-. Aún así, es lamentable que haya tan pocas referencias sobre un dato de la realidad que es verdaderamente promisorio: una creciente producción local de bio combustibles puede reducir gradualmente la histórica dependencia que tenemos frente a los hidrocarburos (cuyo deficitario abastecimiento es, sin dudas, el aspecto más cuestionado de la política energética nacional).
IV
A esta altura corresponde que nos preguntemos por las consecuencias socio-ambientales de la explotación de biocombustibles. En tal sentido, es indudable que éstos resultan mucho más amigables que las energías convencionales, ya que reducen la emisión de gases contaminantes. Justamente ese es el punto en que se apoyan las nuevas legislaciones europeas sobre la materia, que procuran controlar a aquellos factores que provocan el efecto “invernadero” y están ocasionando drásticos cambios climáticos sobre su litoral atlántico y en el Mar del Norte.
Tampoco podemos omitir las fuertes controversias desatadas por el constante avance de estos cultivos sobre toda superficie detectada como fértil y apropiada, en detrimento de bosques, forestas y biodiversidad.
Ante esta incontrastable realidad, lo que surge como imperioso es debatir, reglamentar e imponer buenas prácticas agrícolas, de modo tal que lo que hoy puede deparar importantes beneficios económicos, no termine desbordándonos en poco tiempo más por sus daños y perjuicios colaterales.
Aún en este contexto de polémicas y reclamos cruzados, es evidente que la Argentina posee vastas extensiones poco explotadas, que bien pueden ser ocupadas con cultivos aptos para la obtención de biocombustibles. En ese sentido, existen hoy nuevos bancos genéticos (en su mayor parte, desarrollados por profesionales y especialistas de nuestro país) que permiten sembrar variedades más resistentes a la salinidad y requieren menor uso de agua, por lo que sus ventajas se potencian .
Dados los hechos de esta manera y sin pasar por alto los razonables cuestionamientos y recelos de organismos preservacionistas y medio ambientales, “…es de prever que la tasa de producción por hectárea de estos cultivos se siga incrementando, como ha ocurrido en los últimos 20 años…” (Informe Final 2011 de la FAO).
Mientras tanto, es esencial que se reiteren y enriquezcan estos Foros de Bio Energía, por cuanto permiten que articulen entre sí las distintas disciplinas profesionales que están directa o indirectamente involucradas en la producción de combustibles de origen vegetal. Además, posibilitan el contacto e intercambio de experiencias entre los actores públicos y privados a niveles transnacionales. Y de esto pueden surgir normas sólidas e innovadoras en camino hacia las tan necesarias buenas prácticas agrícolas.
De todas maneras, está en cada uno de nosotros el derecho de convertirnos en fiscales del efectivo cumplimiento de esas reglamentaciones (ya sea desde la posición que individualmente ocupemos o desde las instituciones a que pertenezcamos). Si verdaderamente lo hacemos con actitud, contribuiremos a sentar fuertes bases para un desarrollo global armónico, sustentable y, por ende, beneficioso para las generaciones que nos van a suceder.