Investigación

Hormigas: Las argentinas no caen en la trampa

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Un equipo de investigación argentino, con colaboración internacional, salió del laboratorio e hizo pruebas en el terreno con un conocido insecto invasor, la hormiga argentina. El objetivo era conocer cómo respondían ante la presencia de cebos tóxicos, el método más recomendado para su control. Los resultados fueron sorprendentes.

La hormiga argentina es astuta y no cae totalmente en la trampa del cebo tóxico? ¿Qué ocurre realmente con estos productos a la hora de controlar estos insectos? Especialistas de Exactas UBA salieron al campus de la Ciudad Universitaria y pusieron a prueba estos interrogantes en una investigación publicada en la prestigiosa revista Communications Biology, que contó con colaboración de la Universidad de Regensburg, Alemania.

A simple vista, su tamaño es pequeño, pero el desafío de controlarlas es gigante. No es fácil enfrentar la invasión de esta especie, cuyas supercolonias pueden llegar a ocupar áreas de centenar de kilómetros. Para alimentarse, solo algunas de estas hormigas son encargadas de llevar al nido la comida. Cuando la encuentran, dan aviso al grupo para transportarla entre varias rápidamente.

En este proceso grupal de recolección, en el que entran en juego sofisticados canales de comunicación, como marcas químicas que sirven de guía (feromonas), estos insectos llevan a su morada los alimentos para compartirlos con el resto de la colonia. Conociendo estas características, el cebo funciona como una trampa que contiene sabrosos bocados con tóxicos de efecto retardado, de modo de darles tiempo para que carguen con ellos, los lleven a la colonia, y allí produzcan su efecto letal.

Las hormigas invasoras, como la hormiga argentina, representan una grave amenaza económica y ecológica.

“Las hormigas invasoras, como la hormiga argentina, representan una grave amenaza económica y ecológica. A pesar de los avances en las técnicas de cebo, el manejo eficaz de las poblaciones establecidas de hormigas sigue siendo un desafío abrumador que a menudo termina en un fracaso”, indican Daniel Zanola, Tomer Czaczkes y Roxana Josens, autores del estudio, quienes investigaron en detalle cómo es el comportamiento de las hormigas en respuesta a los cebos, y propusieron como hipótesis que las colonias pueden abandonar esos alimentos sabrosos pero dañinos.

Daniel Zanola y Roxana Rosens. Fotografía: Luiza Cavalcante.

Una pista de que esto podía ocurrir, fue detectado años atrás por la doctora en Biología, Roxana Josens, cuando ayudaba a combatir una invasión de hormigas en un hospital pediátrico de referencia. “Muchas veces, tras la colocación de cebos, estos insectos dejaban de aparecer en las salas, pero del otro lado de la pared seguía habiendo miles. Por lo tanto, la desaparición no quería decir que todos hubieran muerto”, recuerda, quien dirige el Grupo de Hormigas del Laboratorio de Insectos Sociales de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. En el mismo sentido, le llamó la atención cómo una cantidad tan pequeña de cebo podría acabar con una población tan grande de hormigas. Algo más debía estar ocurriendo…

En acción

Con numerosas inquietudes por responder, el grupo de trabajo puso en marcha su experimento en las afueras del laboratorio, en un amplio espacio verde durante tres veranos. Con gotas de agua azucarada atrajeron a las hormigas de un sendero ya establecido hacia dos nuevos lugares, donde instalaron sendos comederos. Uno ofrecía alimento normal, en el otro, se había agregado un tóxico habitual en los cebos comerciales. Al principio, ambos destinos las atraían a un ritmo similar.

El equipo observó que las hormigas comenzaron a abandonar la fuente de alimento envenenado en cuestión de pocas horas.

El mismo ritual se producía en los dos escenarios. “Las hormigas llegan, lo ingieren, y suman a otras en la recolección. Durante un par de horas, ambos comederos estaban llenos de hormigas”, describe, Josens, investigadora del IFIBYNE (UBA – CONICET).

Pero, con el correr del tiempo, algo cambia en el sendero que conduce al cebo. “Sorprendentemente, empieza a bajar la presencia de hormigas y, a las 6 horas, aproximadamente, tenemos una reducción cercana al 80% de los individuos que había originalmente”. En tanto, el comedero normal sin tóxicos sigue convocando con el mismo éxito que al principio.

¿El cebo funcionó y finalmente las mató?, ¿Por eso hay menos cantidad? “Pudimos demostrar que esta disminución no se debe a mortalidad”, subraya. Y esto lo comprobaron en una experiencia posterior en el laboratorio, donde observaron que seis horas después de darle el alimento tóxico, sólo 7 de 120 hormigas murieron. Es decir, que la mayoría no había sucumbido. No era este el motivo de la vertiginosa caída de concurrencia.

“Comprender la respuesta conductual a los cebos tóxicos es esencial para desarrollar estrategias efectivas para combatir las especies de hormigas invasoras”.

Tampoco la razón de su baja se debía a que ya se encontraban satisfechas con lo conseguido y dejaron de buscar provisiones. Porque el otro sendero que conducía al comedero sin tóxicos proseguía con el mismo interés que al principio. O sea, continuaban visitándolo, a diferencia del contaminado.

“Nosotros demostramos que las hormigas comenzaron a abandonar la fuente de alimento envenenado en cuestión de pocas horas, reduciendo así significativamente su consumo, y minimizando la entrada de tóxicos al nido, actuando así, como un mecanismo social de protección”, destaca.

En otras palabras, el trabajo mostró que “las hormigas ‘se dan cuenta’ de que ese alimento les hace mal y tienen una respuesta colectiva de abandono muy rápido evitando el área cercana al cebo. La reducción -marca Josens- es por abandono, no necesariamente por mortalidad. Lo cual no quiere decir que poca o gran mortalidad pueda ocurrir posteriormente”.

Este cuadro de situación lleva a plantearse, ¿estamos ante hormigas astutas que no caen en la trampa del cebo? “Pareciera que sí”, contesta y enseguida agrega: “A lo mejor, subestimamos un poco las capacidades de las hormigas de responder a los peligros del ambiente. Como insectos sociales, evidentemente han desarrollado sofisticados canales de comunicación. Conocemos las habilidades cognitivas que estos insectos presentan, pero sorprende lo poco que esto ha sido tenido en cuenta en el ámbito de la toxicología en el control de hormigas. Ahí es donde creo que más impacto pueden tener nuestros resultados”.

Estas hormigas que al parecer no se ceban, porque pueden abandonar pronto una práctica que les hace daño, abren un nuevo panorama a la hora de controlarlas. “Comprender la respuesta conductual a los cebos tóxicos es esencial para desarrollar estrategias efectivas para combatir las especies de hormigas invasoras”, concluye el estudio.

 

Foto portada: Crédito: Luiza Cavalcante / Exactas UBA

Autora: Cecilia Draghi

Fuente: nexciencia

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