Ambiente
ECONOMÍA Y NATURALEZA: Una mirada desde estepas y montañas II
Por Paula Nuñez (historiadora. Conicet, docente UNRN)
y Santiago Conti (psicólogo. Docente UNRN)
En la primera entrega de la presente serie de reflexiones hemos intentado realizar una breve distinción de la noción de economía y las subyacentes lógicas del sistema capitalista de producción. A partir de allí hemos caracterizado dos dinámicas socioeconómicas localizables en nuestra estepa rionegrina. Por un lado, un circuito de tipo expolio-extractivo que se vincula con el proyecto agroganadero organizado en la región a partir de la “Conquista del Desierto”. El mismo se vincula a la conformación de latifundios, el sometimiento de la población mapuche y minorías, y la merinizacion (ciclo de la lana) del territorio, presentando a la explotación ovina como única actividad posible acorde a los intereses de los grandes capitales. Actualmente, a esta posibilidad se suma la minería, con lógicas aún más excluyentes que trataremos en una próxima entrega.
El punto a destacar, y sobre el que desarrollaremos la presente reflexión, es que en función de esta lógica de desarrollo se despliega una configuración política, social, económica y psicológica que repite la lógica colonial, dado que al tomar intereses ajenos a la propia región como prioritarios generó la subordinación de una zona, que se organiza como dependiente y periférica respecto de un centro, autónomo y central.
Desde la economía política esta lógica centro-periferia, organizadora de relaciones de poder en múltiples niveles, fue expuesta por intelectuales latinoamericanos (Teoría de la dependencia) para introducir una nueva lectura de la situación de los países denominados “no-desarrollados”, ya no en clave de anomalía, sino más bien de función.
De este modo, no se encuentran modelos económicos fallidos o anómalos, sino aquellos no responden a los intereses de su propia comunidad, debido a que se encuentran en función de otros intereses.
La otra dinámica que mencionamos, como alternativa a lo descripto, está representada por la experiencia ligada al Mercado de la Estepa. La misma se orienta a desplegar y potenciar los recursos y conocimientos propios de las comunidades de la estepa para habilitar nuevos modos de intercambio y relación. De este modo, el Mercado reconoce otras actividades como productivas y busca habilitar nuevos modos de comprender el carácter socialmente construido de las relaciones. Apoyado en la valoración del trabajo, las prácticas de comercio justo y economía social que se propician no admiten la explotación productiva de las personas, llegan directamente al comprador, maximizan la asociatividad en todas las fases del proceso productivo: compra/ obtención de insumos, fabricación, comercialización y promoción. Al valor agregado que cada producto lleva se suma el conocimiento de la cultura rural en la selección y tratamiento de lanas, en las técnicas de hilado. En síntesis, el Mercado de la Estepa se apoya en los conocimientos y fuerza de trabajo de cada unidad doméstica (fondo de trabajo) familiar o comunitaria, e impulsa la consolidación de una nueva matriz socioproductiva. Frente a la racionalidad de la economía de mercado, se plantea una perspectiva que defiende una organización comunitaria, donde el sentido grupal no se restringe a los vínculos sociales, sino que incluso se proyecta a una pertenencia al entorno, donde emergen agencias no-humanas, como ciertas especies de gallinas u ovejas, o el recurso hídrico para las huertas o los frutales, que imprimen sentido a la vida, a las historias personales y desde aquí a la lógica productiva que se decide adoptar.
Esta propuesta tiene, por otra parte, un importante impacto en términos de género. En la dinámica expolio-extractiva vinculada a la explotación de la oveja merino, la matriz socioproductiva instaurada resulta ordenadora de un conjunto de jerarquías: dispone que sólo los hombres (parte masculina) sean quienes participen de ella, incidiendo en la organización doméstica de las relaciones. Las mujeres (parte femenina) quedan, en este esquema, formando parte de un conjunto de actividades que no son consideradas “productivas”, y se relegan en la “reproducción de la vida” en tanto satisfacen una amplia variedad de necesidades (satisfactores): actividades de mantenimiento y cuidado de hogar, sostenimiento de huertas y corrales (producción para autoconsumo), crianza de hijos, nietos, mayores, y demás integrantes, fabricación de vestimenta (tejidos, calzados), de alimentos, entre otros.
En dicho esquema, la mujer y lo femenino se relegan al invisible sitio de la reproducción, donde la economía monetarizada descansa en los ingresos de un varón que, por la propia actividad, permanece largas estancias fuera del hogar. El otorgamiento de subsidios por parte del Estado, frente a situaciones de extrema precariedad no siempre ha sido una vía de solución, dado que en varios casos, al conocer el varón el monto y el día de cobro, exige que ese financiamiento siga en servicio a sus propios intereses, profundizándose la subordinación.
El Mercado de la Estepa habilita un proceso alternativo, novedoso: las personas involucradas, mayormente mujeres, se movilizan desde sitios muchas veces aislados e incrementan el intercambio con pares. Por otro lado, el ingreso generado no es estable ni predecible, de modo que las únicas que pueden tener control sobre esos ingresos son las propias productoras. Sea que el ingreso logrado sostenga o no la economía familiar, el ejercicio de autonomía que significa el llevar adelante la actividad, comienza a situar a las propias mujeres-productoras en un nuevo lugar de autovaloración.
Esta breve caracterización permite reconocer en esta experiencia la transformación de elementos usualmente folclorizados como son la valoración de la producción artesanal, el rescate de elementos ancestrales, vinculados a la cultura mapuche, e incluso las propias labores de género; que giran hacia el lugar que interpela la propia matriz económica.
Esta experiencia permite discutir el esquema hegemónico existente, no ya desde sus contradicciones, que recorrimos en la primera entrega, sino de la posibilidad de habilitar un orden-otro que no resulte “opuesto”, sino radicalmente distinto.
El desafío de construir y vincular prácticas de comercio justo, desde una economía plural, requiere la constante problematización del modo en que las organizaciones/ instituciones económicas vigentes nos sitúan ante la propia acción y frente a los otros.
La sistematización de experiencias es un requisito imprescindible, así como la participación de las organizaciones sociales para el diseño de políticas públicas.
Asimismo, frente a la instrumentalización y el individualismo como valores estructurales de la economía clásica, esta propuesta busca tomar como estructurales concepciones situadas en valores grupales y afectivos, cuya continua resignificación da cuenta de las dificultades para romper el sentido común establecido desde las prácticas económicas instituidas.
El peso de una historia de primacía de este esquema de grandes explotaciones, y el permanente acompañamiento de la política pública resultan fuertes anclajes que aún traban la concepción de vías alternativas.