Ambiente

Economía y Naturaleza – Una mirada desde estepas y montañas III

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Por Paula Núñez y Santiago Conti

En esta tercera entrega abordaremos el vínculo con el entorno desde el reconocimiento diferenciado que trazan las diferentes escalas económicas y lógicas de explotación. Este tema ya fue planteado en la primera entrega, y hoy lo retomamos a la luz de las tensiones presentes sobre la región de la estepa rionegrina, que nos hablan de la constitución de toda el espacio.

Actualmente se lleva adelante una intensa confrontación, con movilizaciones en toda la provincia, planteando un NO a la mega minería a cielo abierto con uso de cianuro y otros insumos químicos, ya que se presentó como la alternativa productiva a la región de la estepa, especialmente a lo que se refiere a los yacimientos de oro de Calcatreu y Cerro Negro.
Desde aquí se propone aportar algunos elementos para el debate que esta confrontación requiere. De todos los conceptos e ideas disponibles, vamos a situarnos estrictamente en el primero, la noción de “mega”, que otorga a la actividad que antecede la ubicación en una clara economía de gran escala, directamente articulada a un mercado global, procesos de exportación y retornos económicos en términos de regalías e impuestos. Estos aspectos, al igual de la dinámica extractiva, están siendo largamente debatidos y analizados en numerosos foros. Nosotros buscamos retornar al problema desde la singularidad de la escala que plantea, es decir, desde la noción de “mega”.
La producción a gran escala es un tema de larga data en la Patagonia. Desde la incorporación del territorio al Estado Nacional como espacio de establecimiento de producciones ovinas en latifundios, a fines del siglo XIX, la economía a gran escala ha operado tanto como desestructurante de las economías existentes como articuladora de nuevos órdenes. Como dijimos la primera gran iniciativa fue la merinización, esto es, la producción ovina de lana tomando como relevante una especie que se tornó paradigmática a lo largo de todo el territorio: la oveja merino.
Es interesante que ligada a la idea de exportación de un producto primario como la lana se asumiera como única posibilidad de estructura socioproductiva a la gran escala de apropiación territorial, es decir el latifundio, y desde allí se instrumentaran las bases legales y organizativas para favorecer una dinámica productiva asociada a las grandes estancias, en detrimento de economías de menor escala en manos de peones o pequeños/as productores/as, afectados/as por trabas a la tenencia de la tierra, gestores/as de una producción diversificada, situada en el ámbito doméstico pero, como vimos en la segunda entrega, base de prácticas de comercialización con un enorme potencial de crecimiento.
Estas capacidades, que hemos señalado en experiencias del presente, ya habían sido caracterizadas a principio de siglo, cuando se reclamaba la distribución de las tierras fiscales en pequeñas unidades, cuya sustentabilidad estaría asegurada desde el plan de obras que se proponía desde el Estado y que nunca terminaron de concretarse.
Como resultado, quedó el tren de línea sur y el ejercicio desigual en el acceso a la tierra. Posteriormente, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, la distribución de los terrenos se comenzó a revisar, pero sin modificar la perspectiva económica que reconocía la alta producción ovina como economía “natural”. La alternativa económica, en terrenos más pequeños, fue el incremento del número de animales, favoreciéndose un proceso de desertificación al tiempo que, tras los reconocimientos individuales, se desdibujaban lazos de solidaridad preexistentes. La negación de esa escala pequeña como potencial económico a reafirmar desde una política pública adecuada continuó un avance en la precarización de las zonas rurales, tornándose especialmente grave en las décadas del ’80 y ’90, donde las catástrofes climáticas se sumaron a la profundización del desconocimiento de estas estructuras y la desmantelación del ferrocarril, principal vía de conexión.
La región, desde las primeras observaciones en el siglo XIX, ha sido caracterizada por sus falencias. La baja demografía se ha tomado como argumento de la incapacidad de desarrollo, sin mayores revisiones a las limitantes estructurales que el propio modelo de crecimiento imponía a la estructuración socioproductiva posible.
Es interesante cómo el espacio de la estepa en general es caracterizado en los años ’60 en los estudios para llevar adelante la construcción de las represas hidroeléctricas, que formarían un elemento estructural de la producción energética del país. El poblamiento, descripto en términos de “falta”, la masculinización de la población, el escaso ingreso de niños (no niñas) a la escuela, es planteado como características propias de una estepa que, por la crudeza de sus condiciones, fue favoreciendo el éxodo rural hacia las ciudades.
Los estudios sobre las represas, como involucran a varias provincias, detallan aspectos comparativos de la estructura económica de cada una, reconociendo a principios de los ’60 a la frutihorticultura del alto valle como la base productiva de Río Negro. La producción lanera, e incluso el turismo instalado en la región andina, se omiten como parte del esquema económico a considerar. La manzana se describe como la producción casi única de la provincia, planteándose una debilidad fundamental por las vicisitudes que pudiera sufrir la comercialización de esta fruta.
La estepa que contiene los ríos sobre los cuales se planifican represas es caracterizada como una zona absolutamente marginal dentro del territorio. Desde un análisis exhaustivo de los datos estadísticos existentes, se deduce la importancia que tendrá para la región la producción de energía eléctrica, a la que se piensa asociada a mejoras en la estructura de regadío.
Una gran producción que sería un nuevo motor para la zona y la base de crecimiento del país. El resultado vuelve a llamar la atención sobre la extrema confianza de estas “mega” iniciativas, muchas poblaciones en torno a las represas, e incluso erradicadas del río por la construcción de las mismas, no cuentan ni con agua ni con electricidad. El progreso, concebido desde iniciativas de gran envergadura, opera a favor de los grandes centros urbanos, replicando ingenuamente la teoría de un derrame que nunca llega.
Desde este esquema la “mega minería” no es una novedad, es la actualización de propuestas de gran envergadura que, desde hace 150 años vienen mostrando falencias en términos de integración y simetría de derechos. La Patagonia, reducida a la noción de recurso, negadora de las capacidades de los propios habitantes, ha repetido formas de dependencia limitan procesos de construcción de autonomía.
De este modo el planteo se presenta de modo actualizado, es decir, “ahora sí” cuando no han existido ni estudios serios y completos orientados a proyectos de desarrollo local y regional, ni voluntad política para generar esas otras condiciones.
En las teorías del desarrollo, el efecto derrame fue duramente criticado ante la imposibilidad de mostrar mejoras en el conjunto de las poblaciones, sino que más bien se ha expresado en procesos de polarización de sectores sociales y concentración.
La existencia de ingresos y redistribuciones desde niveles nacionales o provinciales no supone directamente una política de mejora, por el contrario, las iniciativas en términos de subsidios reiteran ese lugar de “necesidad” por encima del de “capacidad”. A la luz de estas reflexiones no es menor la pregunta sobre qué organización socio productiva y comunitaria ofrece la minería. Porque la organización socio productiva y comunitaria que ha ofrecido cualquiera de las producciones a gran escala ha ido en detrimento del fortalecimiento poblacional.
Ahora bien, no resulta claro que sean efectivamente estas iniciativas las que debieran resolver el tema de esta estructura, donde las decisiones políticas detentan mucha mayor responsabilidad.
En relación a ello no es menor la opinión, o al menos la pregunta, acerca de cómo se va a asegurar la mejora de la región si ni siquiera se ha asegurado la luz a poblaciones erradicadas por la construcción de represas hidroeléctricas. El reconocimiento de la pequeña escala, según lo postulado en las entregas anteriores, interpela estos ordenamientos y nos lleva a pensar que este espacio no se puede pensar en términos de rentabilidad. O al menos no como única variable. Volvemos así a un antiguo reclamo, que desde principios del siglo XX planteaba que en la región, el único desarrollo genuino, se daría a partir de considerar y fomentar la producción de la pequeña escala, cuyo fortalecimiento sería la base de la construcción de autonomía.
El silencio obligado de las poblaciones de estepa, y la actualización de los argumentos “mega”, obligan a considerar este relegamiento. En la medida que se cambie y se otorgue valor a las poblaciones y organizaciones presentes, se discutirá el reduccionismo implícito en la idea de recurso, desafiando un esquema que, reiteradamente promueve el crecimiento diferenciado de los espacios concentrados y urbanos.

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