Número 51
Editorial 51 – La ambigüedad humana
El 4 de julio de 2012 no quedará en el calendario histórico como un día más: la ciencia se ha encargado de marcar su sello distintivo con el descubrimiento de una partícula que podría ser consistente con el bosón de Higgs. También un 4 de julio, pero de 1934, fallecía la pionera del campo de la radiactividad: Marie Curie. En una suerte de ironía del destino, coincidió en una misma fecha la muerte del principal símbolo femenino de la física, y 78 años después, un rotundo acercamiento hacia el nacimiento del Universo.
El Gran Colisionador de Hadrones (LHC), aquella máquina que fue construida para avanzar en la comprensión del origen del Universo, tuvo desde sus inicios como una de sus grandes misiones la verificación o refutación de la existencia del bosón de Higgs. De confirmarse la correspondencia de la nueva partícula hallada, probablemente estaremos en presencia de algo así como una nueva revolución de la ciencia, tal vez como lo fue en su momento el giro copernicano, que hizo tambalear el paradigma hasta ahí vigente que pregonaba el geocentrismo. Pero más allá de las posibles consecuencias e implicancias, lo cierto es que estas investigaciones han involucrado el esfuerzo de toda la comunidad científica: incluso, el de aquellos que en tiempos muy remotos contribuyeron con el establecimiento de importantes principios y leyes, como los de Isaac Newton, Albert Einstein, y otros hombres de ciencia que sin duda han delineado el camino conquistado hasta el momento.
La construcción de esta enorme maquinaria, tal vez la más compleja que el Hombre haya logrado hasta hoy, requirió catorce años de intensa labor, supuso la participación de cerca de diez mil científicos e ingenieros de más de cien países del mundo y la inversión de una cifra que, en dólares, se acerca a los 4.100 millones.
Pero vale detenernos ahora en una “simple” palabra que ha sido presentada cuatro líneas atrás y que funcionará como nuestro disparador analítico. El adjetivo “compleja” bien podría asociarse al concepto de “dialéctica” con el que el filósofo alemán Friedrich Hegel explicaba la “realidad”. Sin pretender una simplificación vacía, pero sin desviarnos tampoco hacia una explicación demasiado profunda, la teoría hegeliana, entre muchas otras cosas, proponía que la realidad implica contradicciones, opuestos, ambigüedades. Y es ahí donde queremos llegar… o partir.
Resulta interesante e incluso alentadora la gran participación de científicos que implicó el Colisionador. Hasta podríamos sugerir un calificativo más intenso todavía, como “emocionante”. No todos los días diez mil personas coinciden en vocación, interés y disposición para llevar a cabo un proyecto durante ¡catorce años!, y tampoco es cotidiano ver un esfuerzo tan masivo en una causa común. Volviendo al tema de lo real ambiguo y sin ánimo de minimizar en absoluto este logro, por el contrario, más bien impulsando la esperanza de que este emprendimiento sirva como modelo a seguir, es inevitable reflexionar sobre las dualidades de la naturaleza humana, tal como las ciencias duras se ocupan de las oposiciones entre la materia y la antimateria, o los protones y los electrones, por ejemplo.
Este nuevo paradigma conceptual que nace al reunir los esfuerzos suficientes para construir el Colisionador, convoca a la Humanidad a desterrar el hambre, las guerras, el uso irresponsable de los recursos naturales y otro tipo de violencias que el Hombre, si quiere, puede destruir.
Esta ambigüedad que nos caracteriza no sólo opera en el eje destruir-construir sino también en la antinomia conciente-inconciente, amor-odio (cada lector tendrá aquí sus ejemplos), y tantas otras. Pretender homogeneizar la naturaleza humana sería, paradójicamente, negarnos como humanos, pero no reflexionar sobre ella significaría una aceptación incuestionable de lo que nos rodea… y de nosotros mismos.